¿Nos gusta la sencillez?

Cada cierto tiempo veo, con cierto asombro, reacciones de emoción cuando vemos comportamientos que se expresan con total naturalidad como por ejemplo la celebración del título de Copa del Rey por parte de su entrenador Imanol Alguacil en esa famosa rueda de prensa post partido; nos emociona también el discurso de Roberto Leal cuando recibe su premio Ondas 2021, tanto por lo que dice como por la forma en que lo expresa y lo vive. Sin embargo, cuando veo todas estas reacciones me planteo siempre una pregunta: ¿Por qué no somos así? ¿Por qué sigue siendo tendencia el postureo, la falsa apariencia y la colocación de caretas en la cara?

Para mí ser natural, ser sencillo, tiene mucho que ver con la construcción de la personalidad que a su vez pasa, antes que nada, por la aceptación tuya de ser quien eres y quieres ser. Por aceptarte con tus virtudes, con tus talentos, pero también con tus debilidades, con tus puntos de mejora; en definitiva, pasa por asumir un autoconcepto lo más real posible de tu persona. Ser una persona sencilla es alejarte de los grandes aspavientos, de las exageraciones, del extremo ruido que a veces se hace para que todos los focos y toda la atención pasen a ti. Implica, a su vez, que la opinión externa de lo que digan de ti, lo que opinen de ti, te importe lo menos posible porque sabes que ante todo estás siendo coherente con la vida que vives y la forma en que la disfrutas.

Ser una persona sencilla es aceptar una invitación llena de valentía, de coraje, de nobleza, de humildad, para nunca parar de crecer cada día de tu vida porque estás convencido plenamente de que puedes sumar a la sociedad en la que vives, que puedes aportar un granito de arena por pequeño que sea y por eso mismo estás dispuesto más a escuchar que hablar, más a observar que a sentirte observado, porque de esa forma pones el foco en lo que realmente importa en lugar de querer acaparar todos los focos.

Con ello se adquiere un punto de humildad que aleja a la persona de toda búsqueda de vanidad y la aproxima mucho más a las personas con quienes comparte su vida de forma diaria y cotidiana. Logras escuchar de verdad lo que las personas necesitan de ti, miras a los ojos con una mirada comprensiva y llena de paciencia para con todo ello lograr transmitir un mensaje lleno de sencillez, pero a la vez cargado de sentido. Vivir la vida de forma sencilla tiene más que ver con el sentido de lo que hacemos, con el rumbo que lleva nuestro barco y con quiénes decidimos o creemos que quieren formar parte de ese viaje.

Vivir con esa sencillez permite que expreses tus sentimientos sin adornos, sin demasiadas exageraciones, sin timidez y sin vergüenza alguna; todo sale del corazón tal y como lo sientes porque efectivamente, lo que sientes es verdadero y auténtico. Por eso gusta tanto la sencillez, porque es de verdad, porque se puede palpar, se siente porque nos pone la piel de gallina cuando vemos las emociones de una persona expresadas desde lo más profundo de su sentimiento. Sentir es vivir, hacer sentir es emocionar y hacer emocionar es invitar a compartir tus sentimientos con las personas que te están escuchando. Es ponerles, probablemente, un pequeño rayo de luz que se transforme en ilusión, motivación y compromiso por querer ser, por buscar esa autenticidad en ellos.

Me vienen a la cabeza unas líneas de uno de los últimos libros que estoy leyendo, que me parecieron esenciales: «Tienes que encontrar lo que hay de bueno, de verdadero y de hermoso en tu vida tal y como es ahora. Si miras atrás, te vuelves competitivo. Y la edad no es una cuestión de competitividad.» Creo que tiene mucha razón. La edad, si cabe, debería volvernos más sencillos aún, porque sabemos aplicar de una manera muy eficaz e incluso muy eficiente, todo lo que sabemos y hemos aprendido con el paso de los años. Decía Álvaro Merino que la sencillez es el punto más alto de maestría que se puede alcanzar y creo que no hay invitación más bonita que la de intentar ser el mejor maestro posible en el arte de vivir, ese maravilloso arte que te permite disfrutar de una manera tan increíble de cada instante que, pasado un tiempo, cuando visualizas a la persona con quien lo compartiste, la música que sonaba en ese momento, el lugar, el olor característico de una flor concreta; todo ello hace que te trsaslades a ese instante. Todo para sentir que quizás tienes mucho por lo que dar gracias y mucho por lo que seguir sacando lo mejor de ti para que las personas que amas sigan siendo tan felices o más que hasta ahora.

Un fuerte abrazo y buen final de semana.

«¿Qué importa lo mucho que tenga en la caja, lo mucho que guarde en la troje, lo grande que sean sus ganados o sus rentas, si amenaza la propiedad ajena, si no hace las cuentas de lo adquirido sino de lo que le queda por adquirir? ¿Quieres saber cuál es el límite de las riquezas? El primero tener lo necesario, el siguiente tener lo bastante. Adiós.»

(Séneca)

«Es bueno pensar en términos de legado, ocupemos el lugar que ocupemos en la organización. Y no hace falta que le pongamos altivez. Simplemente es bueno para persistir, poner foco, ensombrecer la dispersión. Nos impulsa el mover en positivo poco o mucho la aguja. Nos atrae el dejar un rastro de autenticidad sin aspavientos. No nos mueve la vanidad de pasar a la historia, nos mueve la lógica de haber sido útiles antes de despedirnos un día discretamente. Mirar atrás. Constatar que valió la pena. Nos conmueve el legado que vemos en los ojos de quien con honestidad y esfuerzo será capaz de crear mejores futuros que los que intentamos legarles.»

(Xavier Marcet)

No te rindas

«Cuando tenía 15 años me fichó el Verona. Me metieron en un antiguo monasterio. Éramos seis jugadores juveniles en una habitación diminuta con tres literas. Los primeros tres meses fueron geniales, pero luego se puso pesado, porque no tenía ni idea de cuándo podría volver a casa. Y vivía con 20 euros semanales que me daba mi agente, el mismo que me había invitado al campamento. Siempre lo gastaría en las mismas cosas: 5 euros para llamar a mi familia en Brasil, algunos más para shampoo, desodorante y dentrífico. Los fines de semana los pasaba en un cibercafé para charlar con amigos y familiares por MSN. A veces, cuando realmente quería un capricho, iba a la plaza principal de Verona y compraba un batido en McDonald’s. Cuesta un euro. ¿Papas fritas, hamburguesa? ¡Olvídalo, hombre! La Cajita Feliz era para los niños ricos. Luego me sentaba en una escalera en la esquina de la plaza y simplemene…miraba. Veía a la gente ir y venir. Observaba los pájaros y los turistas y dejaba vagar mis pensamientos. Así pasaba mis sábados por la tarde […]

Las semanas posteriores a la Eurocopa fueron mágicas. Pasé un tiempo en Verona, donde no había estado durante mucho tiempo y visité el monasterio. Desafortunadamente, todos estaban de vacaciones, pero fue muy emocionante ver mi casa de catorce años antes. Luego fui a la plaza principal, entré al McDonald’s y compré un batido. Me senté en las escaleras de la esquina, donde había pasado tantas tardes cuando era adolescente y simplemente…miré. Luego cerré los ojos y retrocedí en el tiempo. Y era como si pudiera ver a mi yo de quince años sentado a mi lado. Nadie le prestó atención. Nadie sabía de su nostalgia ni de las conversaciones que mantenía con sus padres. No era más que un niño tímido y flaco bebiendo un batido de un euro. Pero yo sabía de todas las dificultades que había soportado. Así que me incliné y susurré lo mismo que le diría a todos los niños que persiguen un sueño.

Le dije: «No te rindas, hombre.

Pase lo que pase, no te rindas.»

(Jorginho, jugador del Chelsea FC)

Cuando somos pequeños todos soñamos de una manera asombrosa, con increíble vitalidad, ilusión y energía. Nos imaginamos nuestras profesiones del futuro, lo que haremos o no, la ciudad en la que viviremos o con quién nos gustaría pasar el resto de nuestras vidas. Pero sin embargo, de forma igualmente sorprendente uno descubre que conforme la edad avanza la persona tiende a perder esa energía, esa ilusión y esa vitalidad por continuar soñando e imaginando futuras metas personales, profesionales, que le impulsen a ir hacia delante. Y eso es un gran error que nunca deberíamos permitirnos, parar de soñar.

Soñar es una invitación continua a no parar de caminar, a seguir descubriendo caminos que nos llevan la mayor parte de las veces a salir de nuestra zona de confort, evita que perdamos esa tensión competitiva tan necesaria en el crecimiento personal porque nos mantiene atentos, mirando con los ojos vivos de un niño que jamás perdió la ilusión por perseguir su pequeño sueño. Ya lo decía Jarabe de Palo en una de sus canciones magistrales: «Sueño con los ojos abiertos, puede que pienses que estoy loco porque me creo lo que sueño.» Esa es la clave, creerse lo que uno sueña y ponerse a funcionar para ello, sin parar de avanzar cada día.

Soñar nos permite mantenernos enfocados en nuestros objetivos, sean personales, familiares o laborales, porque ese enfoque hace que toda nuestra manera de entender la vida cobre sentido. Esto permite mantener ese sueño más o menos vivo cada día, a cada momento y en consecuencia podremos mantener esa perseverancia tan necesaria para avanzar, para no rendirse y siempre seguir con una sonrisa, con un brillo en los ojos, porque lo que soñamos ya lo sentimos en nuestro corazón.

Sentirlo para ser capaz de verlo y visualizarlo, imaginar los pros y los contras de cada sueño que perseguimos, de cada meta volante a la que estamos dispuestos a llegar nos permite soñar despiertos con los pies en la tierra, siendo conscientes y tratando de ser coherentes a cada momento. Soñar porque lo que anhelamos es realización personal, felicidad nuestra y de nuestra familia, de las personas que más quieres y que más te quieren. Soñar para crecer siempre desde la persona hacia el profesional, porque eso implica que nuestra sensibilidad, nuestra percepción, nuestro optimismo, nuestra ilusión, nuestra motivación mejora y en consecuencia hacemos mejor la vida de aquellas personas a quienes queremos con todo nuestro corazón. Soñar, en definitiva, para invitar a soñar, a recuperar esas ganas por superarse, por crecer y ver la vida siempre como una oportunidad de crecimiento diario.

Ese crecimiento diario conlleva sacrificios, esfuerzo, altísimo grado de implicación y dedicación, por eso quizás la clave sea no solo disfrutar del momento en el que conseguimos que los sueños se materialicen en realidad sino, más bien, ser capaces de soñar despiertos disfrutando de cada instante que vivimos, sin perder un ápice de sensibilidad y percepción, sintiéndonos vivos y plenos por el esfuerzo que realizamos nosotros y las personas que nos quieren. Como diría la triatleta paralímpica Susana Rodríguez, «Para mí, el secreto es tener claro en qué situación real me encuentro y sacar el máximo partido de ella. Esto es aplicable a todas las facetas, tanto a la profesional como a la personal».

E incluso a veces, cuando el sueño por razones o factores que no podamos controlar, resulte que no somos capaces de convertirlo del todo en realidad, siempre habrá valido la pena el hecho de intentarlo. Porque te diste la oportunidad de creer en ti, de confiar en tu valentía, en tu atrevimiento, en tu optimismo y haberte esforzado hasta llegar exhausto a la meta teniendo presente que habrás crecido en comparación a la versión tuya que inició ese camino. Porque habremos aprovechado cada instante, cada momento de nuestra vida y esa es una tarea que siempre debería quedar cumplida cuando nos metamos en la cama cada noche, dispuestos a soñar para seguir avanzando a la mañana siguiente.

Que tengan una muy buena semana, disfruten con lo que sueñan y atrévanse a avanzar a hacia ello. Un fuerte abrazo.

Ser un número uno

«La simplicidad es la suprema sofisticación»

(Leonardo Da Vinci)

Hace unas semanas escuchaba decir a Pablo Motos que «un número uno te lo puedes encontrar en un restaurante y es un camarero; y es un número uno, que no se le escapa una mesa,que la segunda vez que vas ya sabe lo que quieres tomar […]» y la verdad es que no pude estar más de acuerdo con él. Pero, además, decía tres aspectos de la persona que son esenciales para mí: actitud, esfuerzo y visión. Componentes esenciales e imprescindibles para llegar a ser un número uno al mismo tiempo que se logra alcanzar esa suprema sofisticación a la que se refiere el maestro Leonardo Da Vinci. Pero, ¿cómo se logra ser un número uno y que se entiende por ello?

En la mayoría de las ocasiones tendemos a creer que para ser un número uno es necesario volverse complejo, complicarlo todo, convirtiendo así cualquier tarea o proceso en un trayecto demasiado arduo, tedioso y lento. Sinceramente, creo que estamos equivocados. El camino, al menos para mí, en lo que a crecimiento personal y profesional se refiere para lograr ser un número uno en aquello que haces gira en torno al concepto de eficiencia. Ser eficiente implica ser capaz de realizar tu tarea de la mejor forma posible, en el menor tiempo posible. Y esto sí tiene que ver con simplicidad, palabra que si buscamos en el diccionario nos indicará aquello que no tiene complicación, que no se vuelve complejo.

¿Por qué es tan importante evitar la complicación? Porque esto nos permite conectar mejor con las personas con quienes vivimos, con quienes trabajamos, porque somos capaces de transmitir de manera eficaz el mensaje que queremos trasladar y además lograr hacerle sentir con las dosis adecuadas de motivación, pasión y compromiso que cada persona necesita. Y para llegar a ese punto se requieren los tres aspectos que menciona Pablo Motos en la entrevista: esfuerzo, actitud y visión.

Esfuerzo para poner empeño y gran capacidad de trabajo en todo aquello que requiere aprendizaje por nuestra parte, porque sí, el aprendizaje requiere de esfuerzo por entender, por comprender e interiorizar lo que estoy trabajando para luego aplicarlo de una manera coherente y consecuente con la persona que soy. Actitud para mantener ese esfuerzo de manera permanente en el tiempo, día tras día, semana tras semana. Y visión para darle sentido a nuestra formación, a la vida que vivimos y encontrar la respuesta a la pregunta que deberíamos hacernos cada uno que es para qué hago esto o aquello, qué sentido tiene esta tarea, este trabajo, para mí y para las personas con quienes estoy.

Y con todo, daríamos con la respuesta a por qué hacer todo esto de esta forma, porqué ser un número uno, que no es otra que aquella que consiste en entender que todo cuanto hago lo llevo a cabo de esa forma porque entiendo que es lo correcto. Hacer lo correcto sin esperar nada a cambio, solo porque entiendes que es tu responsabilidad ya no solo como profesional, sino como persona, que trasciende a todo. Ser un número uno no es necesariamente acaparar portadas, likes o patrocinio de marcas; tiene más que ver con lograr hacer un poquito mejor la vida de las personas que están a tu lado.

Ser un número uno, para mí, tiene más que ver con tener la capacidad de trabajar, de esforzarte cada día por mejorar, por seguir creciendo, para de esa forma tener algo que ofrecer o dar que pueda servir de estímulo o palanca de crecimiento para quienes están contigo. Está más relacionado con mantener la humildad día tras día como dijo en la rueda de prensa post partido Giannis Antetokounmpo enfocándote exclusivamente en el presente, evitando el ego por lo que lograste en el pasado o la prepotencia de dar por hecho lo que puedes llegar a conseguir en el futuro generándote falsas expectativas. Y por último, pero no por ello menos importante, ser un número uno exige también decir siempre la verdad. Esa es la única manera de ser coherente y consecuente con aquello que defiendes, con tus valores innegociables y mantenerlos hasta las últimas consecuencias. Decir la verdad es respetarte a ti y respetar a las personas que quieres, demostrarles lo importantes que son para ti a cada instante y que todo lo que haces es con un cariño y un amor que es auténtico, verdadero y honesto.

Como muy bien decía Arthur Schopenhauer, «así es precisamente la vida: sólo podemos perseguir seriamente y con fortuna un anhelo, sea placer, honor, riqueza, saber, arte o virtud, cuando renunciamos a cuantas pretensiones nos alejan del mismo. Por eso, justamente, ni el mero querer ni el mero poder resultan suficientes, sino que un hombre debe saber también lo que quiere y lo que puede: así mostrará carácter y podrá hacer algo a derechas.»

Que tengáis una muy buena semana, un fuerte abrazo y disfruten tanto como puedan de cada segundo.

«La racionalidad es la virtud básica del hombre, la fuente de todas sus otras virtudes. El vicio básico del hombre, la fuente de todos sus males es el acto de desenfocar su mente, la suspensión de su consciencia, que no es ceguere, sino negarse a ver, que no es ignorancia, sino negarse a conocer. La irracionalidad es rechazar la herramienta de supervivencia del hombre y, por lo tanto, es adentrarse en un curso de destrucción ciega; lo que es antimente es antivida.»

(Arthur Schopenhauer)

Crecer desde el compromiso

Hace unos días, en una cena con mi novia y dos amigos, les reconocía que a día de hoy no dejaba de emocionarme un sonido tan sencillo, tan normal, como maravilloso: el cantar de los pájaros. De hecho, había aprendido con el tiempo a diferenciar cuáles son, de entre los que suele haber por la zona, los que estaban en los árboles gracias al sonido que emitían al comunicarse. Lejos de haber pasado a ser algo más común y sin importancia, para mí siempre ha sido una razón por la que sacar una sonrisa. Y quizás, por ello, estoy plenamente convencido que justo de eso trata la vida, de emocionarse y sacar sonrisas.  

Tendemos a confundir que la exigencia debe estar reñida con la seriedad, con la frialdad, en lugar de ir ligada a ayudar a que la otra persona saque lo mejor, a hacer que se trabaje disfrutando con lo que se hace y que lo haga partiendo del compromiso, de la voluntad, de incrementar el nivel de maestría un poquito más cada día. De no perder la ilusión por vivir, a fin de cuentas, sin estar esperando constantemente a recibir estímulos externos que muchas veces solo alimentan nuestro pequeño ego porque el foco lo tenemos puesto en nosotros y no en la persona que tenemos en frente.  

Decía mi buen amigo Álvaro Merino en su libro Equipos con futuro, el cual recomiendo encarecidamente desde ya para disfrutarlo ahora en verano, “que todo empieza con un brillo en los ojos”. Y cuánta razón tiene, deberíamos hacer brillar mucho más y más veces los ojos de las personas que tenemos delante, de las personas a quienes amamos, con quienes trabajamos, porque la vida se vive mucho mejor cuando ves a las personas que están a tu lado felices. Y con ello me viene al recuerdo una frase de Otto Scharmer, que venía en el libro que os recomiendo: “Pasar del ego al eco: Hacer el cambio del ego al eco significa que cuando hago algo, tengo realmente conciencia de lo que significa para ti, en lugar de estar cegado a la realidad del otro.” ¿Cuánto eco tiene, entonces, lo que hago en mi día a día? ¿Soy consciente de lo que puede significar para ti, por ejemplo, este post que estás leyendo?  

Para generar compromiso en tu equipo de trabajo, primero uno tiene que estar realmente comprometido con la vida que vive, con la vida que le ha tocado vivir y tener la voluntad para exprimir al máximo cada segundo de ella. Es esencial, por tanto, tener interiorizado el pensamiento de la fugacidad que envuelve a cada momento. Podremos vivir un momento similar, casi idéntico, pero no será lo mismo, no será igual. Y esa es la magia que nos falta captar. Ese es el componente mágico que nos cuesta pillar y que impide, a su vez, que nos emocionemos realmente con lo que hacemos, con lo que vivimos y que seamos capaces de transmitirlo todo eso que sentimos a las personas, al grupo que gestionamos y lideramos.  

Decía César Luis Menotti que “no hay que llorar cuando se pierde sino cuando se traiciona el compromiso.” Y es justo lo que ayer recalcó Luis Enrique nada más terminar el encuentro frente a Italia: “Estoy cansado de ver torneos de alevines y no sé por qué lloran, en el fútbol hay que ganar y perder. El rival ha ganado y hay que enseñar a los niños pequeños que cuando se pierde no hay que llorar, hay que levantarse.” Es precisamente este verbo, levantarse, el que sí habría que enseñar al niño desde bien pequeño, porque como muy bien decía el seleccionador español en otra de las ruedas de prensa, “no hay que preocuparse por los errores o aciertos, hay que preocuparse por los intentos.” Intentarlo una y otra vez es tener la voluntad de querer crecer cada día, de querer experimentar para ayudar a crecer a los que están a tu lado, porque la vida que vivimos deja de tener sentido cuando éste no es trascendente, cuando no tenemos un propósito que nos lleve a poner el foco en otra persona.  

Por ello, en esta Euro2020, Luis Enrique nos regala una reflexión para mí esencial a todos los profesores, entrenadores, directivos; gestores de equipo en definitiva, consistente en la vital importancia de hacer creer a un grupo de personas hasta dónde se puede llegar cuando el compromiso colectivo supera al ego individual, donde cada componente entiende a la perfección su responsabilidad individual con el colectivo al mismo tiempo que les ayuda a relativizar tanto la victoria como la derrota. Porque precisamente, como él dijo en una de sus primeras ruedas de prensa, “esto es un juego de niños en comparación con lo que me ha tocado vivir.” Darle la dimensión y perspectiva adecuada a cada momento, sabiendo al mismo tiempo trasladar ese mensaje al grupo es un aspecto crucial que ayuda a relativizar y al mismo tiempo a que el grupo se enfoque en el crecimiento, en la transformación del equipo y en consecuencia, a que esos ojos no dejen nunca de brillar.  

Que tengáis un muy buen final de semana, un fuerte abrazo y saquen cada día lo mejor que tienen, no se guarden nada.  

“No existe nada como darle contenido a la vida, como la hermosura de querer vivirla, como el arte de luchar por ella e intentar transmitirla.”

(José Mújica) 

«La felicidad no es una cuestión de intensidad sino de equilibrio, orden, ritmo y armonía.»

(Thomas Merton)

«Un hombre vale solo por lo que demuestra a través de sus actos u omisiones. Lo que uno hace o dice puede muy bien destruir su propio honor, más no el ajeno.»

(Arthur Schopenhauer)

Aprovecho para indicaros el enlace del nuevo libro escrito por mi buen amigo Álvaro Merino con Joan Capdevila, citado en este post, para quien quiera disfrutarlo aprovechando el verano: https://359.es/shop/producto/equipos-con-futuro-alvaro-merino/

Las cartas que jugamos

«A mí lo que más me gusta es ver cómo se esfuerzan en el campo, cómo trabajan, cómo defienden, que tengan actitud hombre, luego ya jugar bien o no pues depende de cada fin de semana, pero por lo menos que se esfuercen.» Esto me lo repetía mi abuelo Agustín cada fin de semana que iba al pueblo de mis padres, o cada vez que hablábamos por teléfono y terminábamos hablando de fútbol. Además, si a eso se le añade que en los últimos años de su vida yo ya estaba entrenando equipos de fútbol, con más razón hablar de fútbol, de pasión, de esfuerzo, de estar motivados, en definitiva entender la vida de una manera muy concreta: a base de trabajo y compromiso.

Y es que ayer, con la victoria del Atlético de Madrid que les conducía a la consecución del Campeonato de Liga, me acordé muchísimo de él, de tantas conversaciones que hemos tenido que son muchas y de las reflexiones que me ha regalado durante mi crecimiento desde bien pequeño. Una de ellas es con las que inicio hoy este post, que gira en torno a la importancia de saber sacar el máximo rendimiento de lo que se tiene, es decir, de las habilidades, del talento y las capacidades que poseemos. Decía José Antonio Marina en el último libro suyo que estoy leyendo que «a nosotros nos caen unas cartas, pero somos nosotros quienes decidimos cómo jugamos nuestras cartas en esta partida tan trepidante que es la vida»; y en conexión con esta reflexión días más tarde escuchaba al ex-jugador y ahora entrenador del Sao Paulo, Hernán Crespo, decir lo siguiente:» No sois culpable del lugar donde naciste, pero sí de dónde vas a querer estar.»

Para mí, la clave está ahí, en cómo somos capaces de sacar el máximo rendimiento posible a nuestras capacidades, a nuestro talento y unirlo todo a una dosis altísima de fe, de esperanza en que los logros terminan llegando. También es cierto que desconocemos el factor tiempo, cuánto tardaremos en hacerlo, cuánto tiempo nos llevará la tarea, el proyecto en el que estemos metidos, pero no es tan importante el cuánto se tarda como sí cuánto se disfruta de lo que haces, de si lo vives de manera plena, «como si fueras a morir mañana» como dice el maestro Leiva en su canción.

Esto implica que a veces tienes cartas malas, pero tu «farol» es tan grande, que sales vencedor porque fue tal tu convicción que no hubo atisbo de duda en tu rostro. O quizás, tuviste una mano grandiosa de cartas, el rival también, pero tu estrategia fue más inteligente y mejor adaptada a lo que se necesitaba en ese momento. Pues así es con todo, en el fútbol, en la vida, la mayoría de las veces gana quien sabe jugar mejor sus cartas, quien sabe leer el momento con la precisión de un cirujano y sabe aplicar la solución adecuada para cada circunstancia a resolver. Porque quiere solucionarlo, porque tiene la actitud, la valentía, la iniciativa y el compromiso consigo mismo de tratar de dar lo mejor que tiene.

Son precisamente, esos componentes, los que a mí me ayudaron infinitamente a salir de momentos tan tremendamente duros en lo anímico, como son la actitud, la valentía, tener iniciativa y no haber abandonado nunca el compromiso de tratar de ser la mejor persona posible, para que las personas con las que vivo estén bien. La actitud para afrontar una segunda operación en el oído derecho, para así lograr tener un implante osteointegrado Baha que me ha dado la posibilidad, a día de hoy, de seguir emocionándome cuando escucho los pájaros que pasan por encima de mí. Una actitud que me enfocó en lo que podría tener de calidad de vida, en lugar de pensar en lo frustrante que podría ser si la operación salía mal por segunda vez.

La valentía para asumir con veintisiete años, que una tarde tus padres te llaman para que vayas a casa y puedan darte la noticia en persona que estás enfermo de Hepatitis C, y aún con todo tras una cuestión de horas entender que aunque la enfermedad es grave, aún hay margen para pensar que todo va a ir bien y que te curarás. Vuelves a emocionarte y vuelves a llorar mucho de emoción cuando te dan el alta hospitalaria diciéndote que, definitivamente, años más tarde estás curado de esa Hepatitis C. Y mientras que has ido superando, poco a poco, todos esos malos momentos de tu particular partida, tú siempre has intentado jugar de la mejor forma posible tus cartas, las que te tocaron, las que no elegiste, pero con las que sí decidiste los pasos que querías dar para llegar hasta donde hoy estás.

Por eso, con lo que uno ha ido viviendo la vida te va grabando a fuego, como bien dice Ernesto Sabato, que «yo creo que la verdad es perfecta para las matemáticas, la química, la filosofía, pero no para la vida. En la vida, la ilusión, la imaginación, el deseo y la esperanza cuentan más.» Es eso, justamente, la ilusión, la imaginación, el deseo o el querer de verdad, la esperanza, lo que no podemos dejar de transmitir a nuestros alumnos, a nuestros jugadores, porque la vida no para de enseñarnos que siempre hay una pequeña rendija por la que se cuela la luz, energía pura llena de amor para entregarnos a la tarea de vivir para ser feliz y vivir enseñándoles que ser feliz no es más que marcharte a la cama cada noche con la sensación de que te vaciaste, que lo diste todo y que la tarea de vivir la realizaste de la mejor forma posible.

En una entrevista del programa El Partidazo le preguntaban a Joaquín, jugador del Real Betis Balompié, cómo hacía para seguir aguantando ese nivel de exigencia temporada tras temporada y esta fue su contestación: «Yo me refugio en la alegría, en llenar la mente de ilusión. En ir a entrenar cada día con alegría, tratando de disfrutar al máximo de cada momento. Estar contento para mí es fundamental.» Y es que nunca deberíamos perder la alegría de vivir, la chispa del humor, la magia de la pasión por lo que hacemos, porque esa es la mejor receta no solo para que nuestra vida cobre sentido, si no lo que es más importante aún, transmitir ese mensaje de realidad, optimismo y compromiso a nuestros alumnos, a nuestros jugadores, porque solamente desde la dignidad, la autenticidad y la integridad podemos afrontar nuestros retos, objetivos, metas, con la actitud adecuada. Una actitud que nos recordará, a cada momento, que la vida se vive una vez y por esa sencilla razón estamos obligados a aprovechar cada instante como lo que es, mágico e irrepetible.

Que tengáis una muy buena semana, un fuerte abrazo y enhorabuena a todos los atléticos por ese campeonato de liga. Es, sin duda, otra forma de entender la vida. Sean felices.

«En resumen lo importante no es averiguar si existe algo más grande, algo más allá de lo conocido, esa necesidad de lo desconocido, sino ver lo que produce en nosotros la confusión, las guerras, la diferencia de clases, el esnobismo, la búsqueda de la fama, la acumulación de conocimientos, la evasión a través de la música, del arte o de tantas otras maneras. De modo que lo importante es ver las cosas como son, ver lo que somos en realidad: a partir de ahí es posible avanzar, porque entonces resulta relativamente fácil soltar lo conocido.» (Epicteto)

«Quien sabe hacer música la hace, quien sabe menor la enseña, quien sabe menos todavía la organiza, y quien no sabe la critica.» (Luciano Pavarotti)

«Es evidente que una persona que vive plenamente, que ve las cosas como son, que está contenta con lo que tiene, que no está confundida, que tiene claridad, una persona así nunca pregunta cuál es el propósito de la vida; para ella, el mismo vivir es el principio y el fin. Por tanto, el problema radica en que como nuestra vida está tan vacía, deseamos encontrarle un propósito y nos esforzamos por conseguirlo.» (Epicteto)

Caminando con sencillez

«La humildad es una forma de sabiduría. Es un modo de estar y de relacionarse que tiende a dejar espacio a los demás.»

(Xavier Marcet)

Jamás se me olvidarán las charlas que manteníamos antes de los entrenamientos, todo lo que me enseñabas, ya no solamente sobre táctica, o técnica, sino que todo iba mucho más allá terminando en la complejidad que supone gestionar un equipo de personas, en este caso un equipo de fútbol. Esa sensación de emoción por poder aprender de una persona que siempre tenía (y tiene), un ratito para poder hablar, quien pasó de ser alguien a quien no conocía a ser una de las personas más importantes de mi vida. Todo eso se me pasaba por la cabeza hoy tras finalizar el partido contra la UD Extremadura.

Me venían a la mente recuerdos de todas las charlas de vestuario pre-partido que tuve la oportunidad de presenciar, sus conversaciones con los jugadores, cómo les mira, cómo les escucha y cómo les trata de comprender, tratando siempre de encajar todas las piezas del puzzle para que todos se sintieran parte de ese proyecto deportivo. Siempre con humildad, con sencillez, y con una gran dosis de cariño por la profesión que tanto le apasiona. Por todos esos recuerdos, probablemente, durante el partido de hoy me he emocionado, he saltado, he gritado y he animado a tu equipo Marcos, a tu UD Sanse, disfrutando como un niño.

Probablemente el desafío más grande que se le presenta a un entrenador cuando llega a nuevo club, a un equipo nuevo, es ser capaz de transmitir su mensaje, su contenido, su argumentación, con autenticidad y sencillez, con el propósito de generar confianza, credibilidad y compromiso en todos sus jugadores. Ser capaz poco a poco, entrenamiento tras entrenamiento, de mantener su listón de compromiso, de pasión, entusiasmo y cuidado del detalle lo más alto posible. Y eso es lo que has conseguido Marcos, generar un equipo.

Un equipo que compite, un equipo en el que cada uno entiende la responsabilidad que tiene para con el resto de sus compañeros, salga de titular o salga de suplente, o le toque no jugar; pero sigue teniendo una responsabilidad que debe cuidar al máximo. Un equipo que no entiende otra forma de competir que no sea la de ir al 120%, la de sacar la cara por el compañero al que ven pasarlo realmente mal en el campo, un equipo que agarró el remo del bote en el que están todos metidos en septiembre y tienen grabado a fuego que no se parará de remar hasta que se consiga el ascenso a 2ª División.

Aún recuerdo cuando fui a verte en ese entrenamiento, y fue suficiente con ver a Fer Ruiz lamentarse por un mal centro hecho como si se tratase de un partido de liga, para saber que ese equipo estaba creciendo cada semana a pasos agigantados. Porque disfrutáis en la exigencia, manteniendo el esfuerzo, la ilusión y el compromiso a unos niveles tremendamente altos día tras día, semana tras semana y no tenéis ninguna duda de que así será hasta final de temporada. Esa exigencia es la que permite que Felipe Ramos eche el candado a la portería evitando que se cuele balón alguno; Fer Ruiz y Paredes parecen empeñados cada partido en reventar el número de kilómetros recorridos en cada partido por las bandas; Ofoli Quaye colgando el cartel de prohibido el paso al área; Borja Sánchez poniéndose el traje de mariscal de campo a cada momento dando pausa o imprimiendo velocidad, lo que el equipo necesite; el «king» Arturo disfrutando en cada acercamiento al área y apareciendo de forma incansable; la insistencia de Marcelo en su romance con el gol cada domingo; Carlos Portero subiéndose a la moto cada vez que está en el campo y así con todos y cada uno de los jugadores que forman la UD Sanse. Les has hecho crecer a todos, al mismo tiempo que tú has seguido creciendo, queriendo aprender y compartir todo lo que haces. Como has hecho siempre, con una sencillez y una elegancia inigualables.

Decía Xavier Marcet en la columna publicada el pasado domingo que «los directivos humildes no necesitan decirlo todo, hacen de la brevedad una forma de respeto a los demás. Procuran no ocuparles demasiado espacio, saben que su gente también tiene trabajo.» Siempre has respetado a todas las personas Marcos, siempre has sabido mantener la compostura, la educación, a base de pausa, de tranquilidad y confianza en el buen hacer. Eres de esas personas que pasan prácticamente desapercibidas, por la prudencia de sus palabras, por la educación que destila cada uno de sus gestos. Porque sencillamente, no trabajas para los focos sino para tu gente, para tu equipo, te pones al servicio de ellos con absoluta humildad y sencillez. Una sencillez que te permite disfrutar de tu camino día tras día, y que nos permite a los que tenemos la suerte de tenerte cerca no parar de aprender de ti. Gracias por enseñarnos tanto, maestro.

Que tengan una muy buena semana, un fuerte abrazo y recuerden, como muy bien diría José Antonio Marina, que «la sabiduría es el uso de la inteligencia necesario para dirigir adecuadamente el comportamiento en aquellos temas que -por afectar a la felicidad y dignidad- son los más urgentes, importantes y, por desgracia, difíciles ya que se mueven en contextos particulares, cambiantes y llenos de incertidumbres.»

«Ante todo, sé fiel a ti mismo; y se seguirá, como sigue la noche al día, que no podrás ser falso con nadie.»

(Shakespeare)

«¿Crees que el sabio es molestado por sus problemas? No, los usa. Fidias hacía sus estatuas de marfil, pero también de bronce. Le dieras el material que le dieras, hubiera hecho la mejor estatua posible. Y así debe obrar el sabio, haciendo lo mejor posible con el material que le ofrece el destino.»

(Séneca)

Dar el primer paso

Decía José Antonio Marina que el talento es la inteligencia bien dirigida y por ello podríamos llegar a deducir que esa inteligencia bien dirigida es la que nos ayuda a tomar las decisiones correctas, las adecuadas para cada momento. ¿Pero cómo decidimos? ¿Nos han enseñado a decidir alguna vez? ¿Qué importancia tiene el mero hecho de tomar decisiones? Pues en mi humilde opinión, tiene toda la importancia, porque somos el producto de las decisiones que tomamos a cada momento.

Por esta sencilla razón los formadores, profesores, entrenadores de deporte de base, debemos enseñar varios aspectos que son tremendamente importantes. El primero de ellos no es tanto indicarles, como sí dar el espacio correcto para que el alumno o jugador tenga iniciativa para querer elegir, para querer decidir, cuál es la dirección que toma su camino. Una vez tomada la decisión o elección, el siguiente paso es que aprenda y asuma la responsabilidad de la decisión que se toma. Porque quien la toma es él o ella, no su padre, ni su madre, ni el entrenador. ¿Esto qué evita? La excusa barata, las lamentaciones, el victimismo; en lugar de asumir con madurez la elección que hemos hecho. Crecer, madurar, es aprender poco a poco que mis aciertos y errores son míos, por tanto quien debe aprender de ambos es uno mismo. Porque como decía Pep Marí, el problema no es cometer errores, equivocaciones, o malas decisiones. El verdadero problema es cometer ese mismo error una y otra vez.

Y con esto llegamos a otro punto que para mí es esencial, la humildad de reconocer que somos seres humanos. Esto implica que debemos huir de la perfección, de la meta o resultado final, y que debemos ayudar a entender a nuestros alumnos, a nuestros jugadores, que es tremendamente más importante recorrer ese camino académico y personal con dignidad e integridad, que obtener nueves o dieces en todas las asignaturas. Obtener un nuevo o un diez no me evita realizar conductas como tirar toallitas, mascarillas, bolsas, a la calle; o insultar, vacilar, o reírme del personal que trabaja en un edificio. Lo que me lleva a evitar todas estas pésimas conductas es mi dignidad y mi integridad como persona, es decir, valorar siempre de la forma correcta a las personas con quienes estoy conviviendo.

Una vez que tenemos la responsabilidad y la humildad, lo único que nos falta es la valentía para dar el primer paso. Pero normalmente aquí cometemos un error de manera generalizada y es que tendemos a pensar que ese primer paso debemos darlo sí o sí solos. Y considero que es un error. Recuerdo que una vez me dijo un muy buen amigo que no es tan importante la marca del autobús que conduces, como las personas que tú decides que se suban a ese autobús y qué razón tiene. Nadie es en sí mismo y es bueno recordar que hay decisiones que pueden ser perfectamente compartidas, valoradas, en conjunto con las personas que te quieren de verdad, con quienes siempre están y estarán a tu lado. Por su experiencia, por su conocimiento, por su apoyo y sobre todo por su amor hacia ti te escucharán, valorarán tus inquietudes, tus miedos, tus reflexiones y entre todos suele ser más factible llegar a buen puerto.

Y es ahí, cuando estás a punto de llegar a buen puerto cuando aparece nuestro corazón. Como dice Pacheta en su libro: «Efectivamente. Por eso te hablo de la razón, de la razón que que proporcionan los datos, pero sobre todo del corazón. Siempre. La información es valiosa, pero no lo es todo. Los datos me orientan, pero la decisión va con la pasión, con el corazón, que es la piedra angular. Acertar desde la intuición también te otorga autoridad moral. Yo reivindico la sensibilidad y la intuición.»

No puedo estar más de acuerdo con él, porque siempre he sentido y sentiré que es imposible vivir la vida sin pasión. Hacer las tareas por hacerlas, o hacerlas con pasión, es decidir si vives la vida con un propósito, con un sentido o no. Es la pasión lo que te lleva, sencillamente, a vivir de manera real y verdadera cada momento que compartes, a emocionarte por todo lo que vives cada día, a evitar que el más mínimo momento caiga en lo vulgar y en lo común. La pasión es lo que te ayuda a poner en valor cada decisión, cada elección, porque sientes que te importa y mucho. Vivir la vida con pasión te ayuda a tomar decisiones honestas, sinceras, comprometidas y dignas; y eso es justo lo que siempre hay que buscar.

No hay nada más bonito en esta vida que vivir el camino de forma honesta, sincera, auténtica y verdadera. Desconozco que si eso repercute en la cuenta bancaria, pero la felicidad que uno siente en su corazón es de un valor incalculable. Recuerdo además, la anécdota que nos contaban dos maravillosos amigos este fin de semana, sobre el propietario de la panadería Brulée. Le ofrecieron un valioso gesto a devolver, si enviaba uno de sus increíbles roscones a una determina persona que lógicamente no tendría que esperar la cola tan descomunal que había fuera en la calle. Y su respuesta fue tan contundente como sus valores: «Lo siento, pero no. Me debo a la gente que viene cada día a desayunar aquí, a comprar el pan aquí, y que aguarda su tiempo en la cola para llevarse un roscón. No podría fallar a ninguno de esos clientes.» Los valores deben siempre permanecer innegociables, porque cuando eso sucede, las decisiones que se toman siempre son las correctas.

A modo de conclusión quería compartir con vosotros la reflexión de Malcolm Gladwell al respecto:

«Creo que, cuando se trata de conocernos y de conocer el mundo, prestamos demasiada atención a los grandes temas y muy poco a los detalles de los momentos fugaces. ¿Qué pasaría si tomásemos en serio nuestro instinto? ¿Si dejásemos de explorar el horizonte con un telescopio y empezásemos a examinar nuestra manera de decidir y de comportarnos con el más potente de los microscopios? Creo que cambiarían la forma de librar las guerras, los productos que vemos en las estanterías, las películas, la manera de formar a los agentes de policía, los consejos que se dan a las parejas, las entrevistas de trabajo y muchas otras cosas. Y, combinando todos esos pequeños cambios lograríamos crear un mundo diferente y mejor. Creo-y espero que cuando terminen este libro también lo crean ustedes-que la tarea de conocernos y conocer nuestro comportamiento exige ser conscientes de que vale tanto lo percibido en un abrir y cerrar de ojos como en meses de análisis racional. <<Siempre he considerado la opinión científica más objetiva que el juicio estético>, dijo Mario True, la conservadora de la sección de antigüedades del Museo Getty, cuando por fin quedó clara la naturaleza del kurós.<<Ahora sé que estaba equivocada>>.»

(Malcolm Gladwell)

Que tengan una muy buena y feliz Semana Santa, un fuerte abrazo.

El arte de sonreír

«No son las cosas que nos pasan las que nos dañan, sino nuestra opinión sobre ellas.»

(Epicteto)

«Nunca se sabe cuándo va a venir el hostión, hay que aprovechar claro, hay que ser humildes.» Esta frase la decía el gran Enrique San Francisco, en una de sus múltiples visitas al programa de televisión El Hormiguero, y me recordó muchísimo a esta otra frase que suele decirme mi buen amigo Álvaro Merino: «Pablo, siempre estamos a 5′ de recibir una llamada y que todo se vaya al garete». Cuánta razón tienen ambos y, al mismo tiempo, qué importante es recordar esto en tiempos como los que hoy vivimos.

Saber vivir se ha convertido, sin duda, en la tarea más difícil pero a la vez más necesaria para todos. Saber vivir para disfrutar de cada momento que nos brinda la vida, aprovechando cada instante como si fuera el último, con energía, con ganas, con entusiasmo, con motivación; en definitiva con una actitud y un compromiso fuera de toda dudas con la firme intención de sacar lo mejor que uno tiene dentro. Esto supone un ejercicio constante y permanente cada día de estar centrado en lo que nos ocupa para evitar pre-ocuparnos, poner nuestro foco de atención en lo que sí podemos resolver, ayudar en la medida en que se pueda siempre pero también recordar que la vida hay que vivirla con alegría, con sentido del humor, con sonrisas y risas, porque cada momento que se vive es irrecuperable.

Como dice José Rojo Pacheta en su libro «Un equipo honesto: Así ascendimos a Primera», escrito conjuntamente con Juan Carlos Cubeiro (muy recomendable, por cierto): «Yo a la gente que siempre me da malas noticias no le cojo el teléfono. Lo evito. El mal rollo lo evito. Hay gente que te engrandece si habla mal de ti. Incluso lo que te afecta, que te afecte lo menos posible. Hay que disfrutar, con los amigos, con la familia, con un buen paseo por el bosque…La vida es demasiado corta como para no disfrutar.» A la vida hay que ponerle un poquito de salseo, un poquito más de buen rollo, para sacar sonrisas, para hacer que no solo disfrutes tú sino también la gente que quiere vivir esos momentos contigo. Porque la vida está para vivirla, para disfrutarla, saber saborearla y sentir que tenemos suerte por todo lo que tenemos. No se trata de vivir al límite, a la carrera o como un pollo sin cabeza. No. Se trata de meter una marcha menos, pararte, detenerte, y contemplar de verdad cada momento como lo que es, un regalo maravilloso.

Así, contemplando, es como me quedé ayer sábado con la última de las sesiones que llevó a cabo una de nuestras alumnas del Máster Universitario de Profesor en ESO, Bachillerato, FP y Enseñanza de Idiomas. La sesión consistió en poner en práctica la expresión de sentimientos mediante nuestro cuerpo, sin hablar, pero tratando de conectar en todo momento con el resto de compañeros. Y cuando llegamos a la última canción se produjo uno de esos momentos mágicos que a uno se le pone la «gallina de piel» como diría el maestro Johan Cruyff. Empezó a sonar Hakuna Matata, y todos los grupos empezaron a interpretar esa canción con gestos de emoción, de alegría, de total despreocupación mientras escuchábamos una letra que define a la perfección lo que todos hemos necesitamos y que quizás ahora, más que nunca, es de obligado cumplimiento: Hakuna Matata, vive y deja vivir. Vive y sé feliz.

Y mientras uno ve una escena así, tan bonita, tan natural, siendo la última sesión de la mañana y después de cuatro horas de clase sin parar, al mismo tiempo te das cuenta de lo necesario que es la alegría en nuestras vidas. Que no hay nada más noble y digno que vivir tu vida de la forma más íntegra posible, al mismo tiempo que respetando la forma en la que desean vivir las personas que están a tu lado. Siempre recuerdo una frase de Jorge Valdano, que decía que «a los optimistas habría que pagarles el doble»; y tiene usted toda la razón querido Jorge, porque son ellos los que tiran del carro cuando probablemente nadie más cree en la causa, en el sentido, y en el propósito de la tarea que están llevando a cabo. Pero es que justamente de eso va la vida, de insistir, de ser constante en los días buenos y no tan buenos, para conseguir que día tras día todos rememos juntos en perfecta sintonía. Una sintonía, sin duda alguna, que debe ir acompañada en cierto modo de nuestro particular Hakuna Matata.

Que tengan un muy buen fin de semana, un fuerte abrazo y recordad: Vivan y dejen vivir.

«No esperes que los eventos sucedan como deseas, sino desea que ocurran como son, y tu vida transcurrirá sin problemas.»

(Epicteto)

«No está en nuestro poder tener lo que deseamos, pero sí está en nuestro poder no desear lo que no tenemos y aprovechar todo lo que nos ha llegado.»

(Séneca)

«En la vida, nuestro primer trabajo es dividir y distinguir las cosas en dos categorías: las circunstancias externas que no puedo controlar, y las decisiones que tomo con respecto a ellas y que tengo bajo mi control.»

(Epicteto)

Liberado

«Los hombres responden al liderazgo de la forma más extraordinaria y, una vez te has ganado su corazón, te seguirán a todas partes. El liderazgo se basa en una cualidad espiritual: la capacidad de inspirar, la capacidad de inspirar a otros. Entrenadores capaces de esbozar jugadas en una pizarra los hay a montones. Los que triunfan son los que llegan adentro de sus jugadores y los motivan.»

(Vince Lombardi)

Hace unas semanas, cuando el Athletic Club de Bilbao ganaba la Supercopa de España, Raúl García afirmaba sentirse liberado, con más tranquilidad a la hora de afrontar los partidos gracias a la llegada de Marcelino García Toral al equipo. Esta liberación le permitía liberarse de responsabilidades que a veces él se metía en la «mochila» y producto de esa sobre exigencia le impedía disfrutar, rendir al nivel que él le gustaría. Escucharle decir esto me hizo pensar y reflexionar sobre la siguiente cuestión: «¿Qué consecuencias generan nuestros comportamientos en las personas con quienes trabajamos?

Durante este año tan sumamente complejo si algo estoy percibiendo desde mi perspectiva como formador es de qué manera inciden nuestros comportamientos, nuestros actos, en la predisposición de las personas con quienes trabajamos a querer cambiar una conducta que, en cierto modo, está siendo un factor limitante en su rendimiento. Nos encontramos jugadores, alumnos, que quizás se sobre pasan en el nivel de exigencia, alumnos que necesitan sentirse escuchados, compañeros de trabajo que atraviesan por una situación personal con importante nivel de estrés; y uno no hace más de darse cuenta y reafirmarse en la importancia de practicar una fuerte empatía.

Conviene aclarar que practicar una fuerte empatía no es hacer ver a tu gente que te preocupas por ellos. Es, más bien, desprender autenticidad en la forma en que te interesas por tu gente, mostrar que estás haciendo mucho más que meramente representar un papel. Es, en definitiva, atender permanentemente al lado humano de la persona que tienes en frente para, de alguna forma, saber cuál es el limitante que está impidiendo que muestre todo su potencial. La empatía fuerte es desprender paciencia, pausa, y mucho amor, mucha pasión por todo lo que haces cada día, querer estar y querer escuchar.

Fue tremendamente emotivo cuando durante el transcurso de una de las clases y en relación al tema que estábamos viendo, pedí a los alumnos que por favor levantasen la mano (si querían) aquellos que, por un motivo u otro, habían sentido o padecido falta de autoestima en algún momento de su vida. Prácticamente todos (yo incluido), levantamos la mano. Y a continuación les expliqué que no se lo había pedido para dejar en evidencia a nadie, si no más bien para que se dieran cuenta de que en nuestra propia clase, en nuestro propio equipo, habíamos vivido esas experiencias y que por tanto, en un futuro, ellos cuando sean formadores, educadores, entrenadores en deporte de base, en sus equipos encontrarán niños y niñas con los mismos problemas.

Por esa sencilla pero tan importante razón les dije que era de vital importancia que nunca emitan juicio alguno sobre aquellos a quienes están enseñando y que procuren enseñar desde la más absoluta pasión centrándose en la conducta, en lo que hacen, para facilitar ese contexto en el cual por propia convicción quieran mostrar cada día, en cada clase, en cada entrenamiento, todo el potencial que llevan dentro. Educar conectando, educar escuchando, educar en definitiva emocionando para que crezcan de la manera más digna e íntegra posible, porque ese es el educador que quiero que sean y el educador que la sociedad necesita.

Inspirar, como decía Lombardi al inicio de este post, no para que te sigan sino para que quieran seguir creciendo, para que por un momento aunque sea mínimo contemplen otras vías, otras opciones de crecimiento que hasta hace nada ni siquiera rondaban su cabeza. Me decía hace unos días uno de esos alumnos que «vaya tela lo que estás consiguiendo, vas a conseguir que quiera ponerme y leer uno de esos libros». Pocas cosas hay tan bonitas como lograr no el mero hecho de que te hagan caso, no tiene que ver con eso; es la apertura de esa posibilidad en su mente de que encuentra una pasión en la cual él quiera empezar a profundizar para crecer, para enriquecerse, para que con el paso de los años ese alumno pase a sembrar las semillas correctas en otros jugadores, en otros alumnos, en otras personas.

Pocas veces somos conscientes de que una conversación puede ser motivo de un sentimiento de liberación o de una mayor presión sobre la persona con quien estamos hablando, simplemente porque somos capaces de escuchar desde el corazón para saber qué necesita y en base a ello nosotros saber cómo modular el mensaje en la frecuencia que necesita escucharlo la otra persona. Una frecuencia que debe ir envuelta de confianza, de respeto, empatía y empuje para que esa persona quiera ir hacia delante porque ve una pequeña posibilidad (al menos al principio) de volver a dar lo mejor que tiene dentro. De volver a ser, en definitiva, feliz con la vida que vive.

Que tengan una muy buena semana, un fuerte abrazo y vayan siempre juntos, hacia delante, como un auténtico equipazo. Porque la vida, en equipo, se vive mucho mejor.

Estás así de cerca

Jamás se me olvidará, hace varios años atrás, la conversación que tuve con uno de mis mejores amigos. No paraba de quejarme en esa temporada como entrenador, bien fuera por el equipo, por el club, por el material, el caso era quejarse porque no estaba en ese momento nada contento con el rendimiento que obteníamos del grupo ni con lo que estábamos viviendo. Y su respuesta fue: «No puedes estar así cada día Pablo, hoy porque los balones son una mierda, mañana porque resulta que solamente bajaron a entrenar 12 chavales, pasado porque no tienes portero. Una vez que te comprometes a algo, lo haces de la mejor manera y punto. Lo que se empieza siempre se acaba, y se acaba de la mejor forma posible. Entrena, sea como sea, entrena y entrénales lo mejor que puedas, porque eso es lo que sí puedes controlar. Punto.»

Años más tarde, como le dije hace unas semanas, solo podía darle las gracias porque hay enseñanzas que solo se aprenden con el tiempo. Una de ellas es aquella consistente en no poner excusas y sí buscar las soluciones, constantemente buscar nuevas fórmulas que permitan sacar lo mejor de ti y de las personas con quienes estás. De eso va el fútbol en concreto, el trabajo en el que estés sea cual sea y la vida en general. No pararte a buscar excusas, a lamentarte y llorar, te reconduce a la tarea de buscar soluciones, ser optimista y no perder nunca la esperanza. Tratar de aguantar cada día dando lo mejor, como decimos ahora con nuestros alumnos de TSEAS, remando juntos. Siempre juntos.

Porque uno se da cuenta de que lo importante en esta vida es conseguir que se reme juntos, que se pedalee juntos como el mejor pelotón posible, relevándose unos a otros. Si estás fuerte, tiras del pelotón. Si te agotas, te pones a rebufo y coges fuerza. Pero sigues, sigues y vuelves a seguir, porque todo es por y para el grupo. Hace unos días un alumno del ciclo de TSEAS me mandaba la foto que hoy es portada del post, diciéndome lo siguiente: «Esta foto la he hecho hoy. Hemos tenido que cortar y quitar más ramas que quitar nieve. El tema es que justo un señor ha dicho esta frase: «mientras que rememos todos juntos nada nos parará» y me he acordado de ti, porque aún estando de voluntario y ayudando, la gente no ha dudado en salir a quitar nieve y despejar las carreteras. Es lo que me gusta de España, que siempre remamos juntos como tú dices.» No pude evitar emocionarme al leerlo.

Alumnos que hacen el esfuerzo de levantarse antes de las clases para arremangarse, para ayudar en la calle en lo que haga falta, porque han entendido que estés en el contexto que estés, el bucle de la queja no vale absolutamente para nada. Que lo único que realmente importa es saber qué puedo hacer por la persona que tengo al lado, por mi grupo, por mi equipo y ponerme a funcionar. Porque lo único que puedo controlar es lo que sí depende de mí. Ya lo decía Séneca en sus Tratados morales:

«Y tú, ¿qué haces, Séneca? ¿Abandonas tu partido? Con razón dicen nuestros estoicos: «estaremos en el tajo hasta el final, no dejaremos de trabajar por el bien común, de ayudar a todos y cada uno, de socorrer, incluso, a nuestros enemigos con mano tendida. Nosotros somos los que no tenemos ningún año libre y, como dice aquel varón excelentísimo: Canitiem golea premimus. Ceñimos con el casco nuestras canas.»

(Séneca)

Dar sin esperar absolutamente nada a cambio, dar lo mejor de ti a cada momento porque entiendes que ese es tu deber como persona en la sociedad en la que te encuentras. No te entregas a fondo en estos días quitando nieve, echando sal a las aceras, haciendo la compra para las personas más mayores para luego hacerte un selfie. No, la vida no va de ponerte medallas. Lo haces porque entendiste que es lo que debes hacer y así sale de tu corazón esa respuesta honesta, verdadera, sincera y humilde. Te quedas en casa porque sientes que es tu deber como ciudadano en esta pelea colectiva contra la Covid 19, porque aún quedándote en casa si tienes salud y tienes trabajo entonces tienes mucho que agradecer y ningún motivo para quejarte, para lastimarte o para poner excusas y no cumplir con tu obligación, con tu deber, como ser humano.

Cuando logremos entender que cumplir con nuestro deber no es «quitarnos de»; no, en absoluto, es dar, y como muy bien decía el sabio de Séneca:

«Entonces, ¿qué? dirás, ¿tú das para recibir después? Mejor, para no perder. Vaya la donación a aquel lugar de donde no pueda reclamarse, pero sí ser devuelta. El beneficio hay que enterrarlo como a tesoro profundamente escondido, que no has de desenterrar si no fuere necesario.»

(Séneca)

Cuando logremos comprender que dar desde el corazón es la mejor inversión ya no solo para nosotros, sino para las personas con quienes compartimos trabajo, afición, bloque de vecinos; que esa es la mejor enseñanza para ayudar a crecer a las generaciones que vienen en camino; solo entonces nos volveremos a poner en el buen camino. El camino que en su momento marcaron sabios como Séneca, Sócrates, o Platón; que por momentos parece que hemos abandonado pero que, sin embargo, nunca fue, es ni será tarde para retomarlo. Porque esa sí es una elección que depende única y exclusivamente de nosotros mismos.

Dejen de mirar hacia dentro y miren hacia fuera, observen el agotamiento de todo el personal sanitario, de miembros de la Policía Nacional, Policía Local, UME, Bomberos y un largo listado de personas que se están entregando a esta causa que nos incumbe y nos ocupa a todos. O el esfuerzo termina por ser de todos, o la derrota será tremendamente dura. Es necesario, de vital importancia, que todos entendamos cuánto nos estamos jugando, porque es sin duda el partido más importante contra un rival tremendamente complicado. Sigamos remando juntos, como equipo, hasta el final.

Un fuerte abrazo y que tengáis una feliz semana.

«-Cuando se carece de la disciplina interna que produce la serenidad mental no importan las posesiones o condiciones externas, ya que éstas nunca proporcionarán a la persona la sensación de alegría y felicidad que busca. Por otro lado, si se posee esta cualidad interna, la serenidad mental y estabilidad interior, es posible tener una vida gozosa, aunque falten las posesiones materiales que uno consideraría normalmente necesarias para alcanzar la felicidad.»

(El arte de la felicidad)

«Nunca confía tanto el general en la paz, que no se prepare para la guerra que le ha sido declarada, aunque no se lleve a cabo. A vosotros os desvanece la casa hermosa, como si no pudiera quemarse o venirse abajo. Os ciegan las riquezas ostentosas, como si estuvieran exentas de todos los peligros, y como si fueran tan grandes que la fortuna careciera de fuerza para no devorarlas. Jugáis ociosos con las riquezas, sin prevenir sus riesgos. Os sucede a menudo lo que a los bárbaros, que asediados tras las murallas, ignoran las máquinas de guerra, miran perezosos el trabajo de los sitiadores, y no entienden qué finalidad tiene todo aquello que se construye a lo lejos.»

(Séneca)