«Apenas amanezca, hazte en tu interior esta cuenta: hoy tropezaré con algún entrometido, con algún insolente, con un doloso, un envidioso, un egoísta. Todos estos vicios les sobrevinieron por ignorancia del bien y el mal. Pero yo, habiendo observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo torpe, y que la condición del pecador mismo es tal que no deja de ser mi pariente, participante, no de mi sangre o prosapia, pero sí de una misma inteligencia y de una partícula de divinidad, no puedo recibir afrenta de ninguno de ellos, porque ninguno podría mancharme con su infamia.» (Marco Aurelio)
En estos días de Navidad, de reencuentros, de conversaciones retomadas que en su momento se perdieron, he escuchado a menudo la siguiente frase, en diferentes conversaciones: «te veo bien»; pero con cierta actitud de curiosidad, de querer saber más sobre el motivo de por qué está tan bien esa persona. Y a esto le añado otra frase típica más, de estas fechas navideñas: «nos tenemos que ver más.» Ambas resuenan estos días hasta el agotamiento, pero con la misma intensidad que aparecen se van. Y ese es justo el problema, que la amistad, el sentimiento de cariño, la confianza, no se construye en fiestas navideñas.
Hay una frase, del último anuncio de Braun (el cual comparto con vosotros al final del post), que me parece sensacional: «Las cosas de nuestra vida no deberían diseñarse para acabar tirándose, para acabar obsoletas, para ser sustituidas, sino para perdurar en el tiempo.» Lo mágico de preparar (que no comprar) un regalo en estas fechas, el sentido último de todo no debería ser el hecho de regalar, sino el significado que podrá tener para la persona que lo recibe, el impacto que tendrá en su corazón, los motivos, los recuerdos que evoca, el momento por el cual está pasando.
Por el contrario, se tiende a hacer con los regalos lo mismo que con los gestos y los detalles diarios, puro compromiso y quedar bien cuando en realidad no es necesario, de verdad. Y a veces, incluso, ese mero compromiso, ese gesto sin amor ni verdadera preocupación, causa más daño que efecto positivo en quien lo recibe por ser más consciente aún, si cabe, de lo poco que le importa a la otra persona.
Deberíamos ser más cuidadosos en cómo invertimos el tiempo con las personas que queremos; no por recibir nada a cambio (aunque siempre lo esperamos), porque como dice Marco Aurelio: «Si ejecutas la acción presente siguiendo la recta razón, celosamente, con firmeza, benevolencia y sin preocupación superflua, antes bien, conservando tu genio constantemente puro, como si debieras restituirlo al punto; si añadieres la condición de no esperar nada ni nada evitar, dándote por satisfecho con el trabajo presente conforme a la naturaleza y, en cuanto digas o propongas, con una sinceridad heroica, vivirás feliz. Y nadie podrá impedírtelo.»; sino por ser felices. Porque no nos engañemos, todos queremos ser felices, vivir feliz, y ver felices a las personas que queremos.
Pero para lograr esto último, para alcanzar esta felicidad y teniendo en cuenta que el ser humano es un ser relacional, hay que querer de verdad, de manera constante en el tiempo y no por fechas concretas (cumpleaños, Navidad, Semana Santa,…), no, no funciona así. A mi manera de verlo, es el mismo proceso que acontece con un artista en relación con su obra, de la misma manera que lo hacían Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, todos ellos se enamoraban de su obra, conversaban con ella, disfrutaban de ese proceso, de cada avance, de la utilización de materiales de primera calidad, estudiaban a fondo la perspectiva, los ángulos, la utilización de una tonalidad concreta de color u otra; el proceso, una vez más, es la esencia.
No existen los plazos, no existen las fechas, no existen los límites de lo que es poco o es mucho; pero lo que sí existe y probablemente funcione con cada uno de nuestros proyectos vitales es la nobleza, la honestidad, la autenticidad, de todos y cada uno de nuestros actos cuando verdaderamente salen del corazón. A todos nos emociona vivenciar momentos así, a todos nos gusta presenciar un acto así e incluso nos emociona aún no siendo uno mismo quien lo recibe. Entonces, si nos emociona, ¿por qué no emocionar nosotros?¿por qué no apartar el cinismo, la hipocresía, el engaño, la mentira, y empezar a ser auténticos?
Con los regalos navideños pasa lo mismo que con nuestro comportamiento, nuestros gestos, y nuestros detalles hacia las personas que queremos, que no deberían hacerse para luego dejarlos a un lado, para que acaben obsoletos, o finalmente siendo sustituidos por la verdadera personalidad que sale a relucir en el resto de ocasiones de manera cotidiana; sino más bien deberían ser gestos de amor, de bondad, de cariño, que perduren toda una vida. Y eso no se construye en Navidad, sino los restantes días del año. Solo de esa manera podrás saber , verdaderamente, por qué ves tan bien a la persona que tienes delante.
Siento haber estado tan desaparecido por aquí durante todo este tiempo, prometo no tardar tanto la próxima vez. Un fuerte abrazo, feliz año 2020, y que tengáis la mejor salud posible para disfrutar la vida que merecéis.
«Cuida que ninguno pueda decir de ti con verdad que no eres hombre sencillo o bueno; antes bien, que se engañe quien pensare de ti alguna de estas cosas. Esto depende totalmente de ti. Porque ¿quién te impide el ser bueno y sincero? Forma el juicio de que no te conviene vivir si no eres así, pues la razón no dicta que debas vivir siendo de otra manera.» (Marco Aurelio)
«En ningún lugar encuentra el hombre refugio más apacible, más tranquilo, que en su propia alma, sobre todo cuando atesora aquellos bienes que, con una sola ojeada, nos devuelven enseguida la libertad del espíritu: y lo que yo llamo liberad de espíritu no es otra cosa que el estado de un alma bien ordenada.» (Marco Aurelio)