
«Obligados»a elegir
“Sin más, pondré la atención en mí y, cosa que resulta muy provechosa, revisaré mi jornada. Nos vuelve muy defectuosos el hecho de que nadie toma en consideración su vida; discurrimos sobre lo que hemos de hacer, y esto raras veces, pero no consideramos lo que hemos hecho; ahora bien, la previsión del futuro depende del pasado.” (Marco Aurelio)
El pasado sábado se volvieron a celebrar, como cada cierto tiempo, las jornadas de puertas abiertas en nuestra Universidad. Un momento clave para los futuros alumnos, a quienes se les da la posibilidad de conocer nuestras instalaciones, servicios que tienen a su disposición, o conocer por vez primera a alguno de los profesores que más tarde tendrán en clase.
Justamente cuando me estaba despidiendo de los padres que habían asistido, uno de ellos me dijo una frase que inicia la reflexión de este título: “Es que jope, cada vez les obligan a tener que elegir, decidir, antes, y están hechos un lío, no saben aun lo que quieren.” Y yo me preguntaba: ¿Cuál es el verdadero problema? ¿Realmente es demasiado pronto para tomar decisiones, con 17-18 años? ¿Acaso no van a tener que elegir, constantemente, durante el resto de su vida? Quizás, después de todo, lo malo es que aún no sepan qué significa tomar decisiones, y la importancia de ello.
El problema de no saber cómo, qué, cuándo, ni qué elegir o decidir, conlleva que uno no termina de aprender qué se siente cuando uno se equivoca, cuando uno acierta, qué implica equivocarse o acertar en las personas con quienes estás conviviendo cada día y cómo les afecta a ellos. Del mismo modo, implica en el chico la nula experiencia de sentir la libertad para decidir, la responsabilidad de ver cómo cambia la dirección de tu camino en función de tus decisiones; porque ya hay otras personas que están decidiendo por ti.
Con esto no quiero decir que al chico, desde edades bien tempranas, se le deje hacer absolutamente lo que quiera, cuando quiera, y como quiera. En absoluto. Más bien, tiene que ver, con saber qué distancia tomar con respecto a él para hacerle saber que estamos ahí, pero al mismo tiempo mediante preguntas (no imposiciones, ni órdenes), invitarle a que sea él quien vaya aprendiendo a decidir. Preguntarles para escucharles, escucharles para saber realmente qué quieren, qué esperan, cómo ven en definitiva el mundo a través de sus ojos.
¿Por qué es vital todo este proceso, y cuidar cada paso en ese crecimiento diario? La razón es muy sencilla: Para evitar la incoherencia. Sí, porque no se puede ser tan incoherente hasta el punto de que se lo demos absolutamente todo hecho desde pequeños, impidiendo que elijan, evitando que se equivoquen, o que acierten, pero en definitiva quitándoles su protagonismo; añadiendo además a eso un ensalzamiento de habilidades, esfuerzos, o atribuyendo méritos mediante recompensas a una serie de comportamientos que, no nos equivoquemos, son deberes, responsabilidades, que tienen, y que sin embargo les hacemos ver que es algo excepcional en ellos.
Hacer excepcional lo que debería ser normal es muy peligroso, más de lo que imaginamos, porque es la consecuencia directa que les lleva a vivir en una burbuja hasta determinada edad en la cual su entrenador, su profesor, su primera pareja, o en su primer trabajo, serán quienes les digan el primer “NO”, o la primera frase del estilo “Esto no se hace así. Te has equivocado”; o por otro lado preguntas del estilo: “¿Cómo hacemos esto?” Cuando esto sucede, es el mismo efecto que si la burbuja se pinchase, se aterrizase desde una altura estrepitosa, y ya solo el mero contacto con el suelo físico de verdad, con sus baches, piedras, o un poco resbaladizo, que puede generar pequeñas caídas asusta, y de qué manera.
Por todo ello no podemos exigirles, a cierta edad, que comiencen a elegir, a decidir, de manera adulta y responsable, si por el contrario durante sus edades más tempranas no aprendieron a hacerlo contestando a pequeñas preguntas, más asequibles acordes a su nivel de madurez. Y no aprendieron no porque no quisieran, sino porque directamente ni se les enseñó, ni más importante aún, no se les permitió ese pequeño espacio, esa distancia tan necesaria, que consiste en confianza, liberta, y responsabilidad, que se traduce en respetar su crecimiento.
Puede ser que dé miedo, vértigo, dejar esa breve distancia, y ver cómo se equivocan, como tienen una pequeña caída: pero creo sin ningún tipo de duda que será mejor tener esa pequeña equivocación, esa breve caída, acorde a su temprana a edad; a que cometan errores de una mayor dimensión, con peores consecuencias, y heridas realmente profundas. Todo este proceso no tiene nada que ver con tratar de ser perfecto, ni competir contra el resto en quien obtiene un mayor grado de puntuación. Este proceso tiene más que ver con un entrenamiento prolongado en el tiempo, un camino de descubrimiento de sí mismo a base de realizar las preguntas adecuadas, en los momentos correctos, para que sea capaz de recorrer este camino o viaje a Ítaca como diría el bueno de Jon Pascua Ibarrola disfrutando del viaje, sin cansarse jamás del paisaje.
Que tengan una muy buena semana, un fuerte abrazo, y sigan disfrutando de su viaje.