Hace unos días leí un artículo cuyo núcleo giraba en torno a la revolución de las matemáticas en el contexto del fútbol, en lo que a materia de fichajes se refiere, explicando cómo a partir de la captación de datos objetivos, muy precisos, con la mayor exactitud posible, y su posterior estudio, los clubes pueden utilizar toda esta información para decidir si fichar a un jugador o no, lógicamente con el objetivo de mejorar la plantilla para lograr importantes logros deportivos.
Vaya por delante que estoy a favor de tener la mejor (que no es la mayor porque a veces, como diría mi buen amigo Marcos, el exceso de información causa desinformación) información posible, en este caso como entrenador pero vale para cualquier director ejecutivo (porque ambos lideran un grupo de trabajo), para lograr mejorar el grupo de jugadores que tengamos, en lo que a armar un equipo se refiere. Pero una vez aclarado esto, no estoy de acuerdo en que esa información por muy precisa que fuere, sea determinante para el éxito o fracaso del proyecto en cuestión.
En lo que a mi planteamiento se refiere, esos datos por muy precisos y exactos que sean, se obtienen en un entorno totalmente distinto al cual va a tener el jugador en los próximos meses. Compañeros distintos, ciudad diferente, costumbres diferentes, un entrenador distinto, un cuerpo técnico con una manera de trabajar personal que nada tendrá que ver con lo que haya tenido. Dicho esto, ¿se puede predecir el rendimiento de un jugador por muy bueno que haya sido anteriormente? Lógicamente, si obtenemos »x» tanto por ciento en precisión de último pase, llegamos a saber dentro de ese abanico de pases cuál es la distancia en la cual mayor porcentaje de acierto tiene, de precisión, si con el pie derecho mejor que con el izquierdo; obviamente podremos llegar a la conclusión de que el talento deportivo, en principio, lo tiene. Pero… ¿qué hay del carácter?
Quizás fuera bueno complementar esa información objetiva con un estudio del comportamiento del jugador, cómo reacciona al acierto, al fallo, cómo son las celebraciones de sus goles o de otros compañeros, su faceta humana en el campo ayudando a los compañeros en labores defensivas; y ya vamos un poco más allá, cómo es su relación la familia, con amigos, hoy en día las redes sociales pueden dar muchísima información al respecto. En definitiva, conocer lo máximo posible su lado humano, su persona, su interior.
¿Por qué? Es fácil, porque el fútbol es un deporte impredecible jugado por personas, cada situación del juego nada tiene que ver con la anterior, es cambiante a cada segundo, existiendo tantos factores externos que no controlamos, que al final lo único que depende de nosotros está en nosotros mismos. Me explico. Según Martin Seligman, la característica clave en un elevado porcentaje de personas exitosas tiene que ver con la creencia de que las cosas saldrían bien, especificando incluso que esta característica es más importante que el nivel de estudios, sus resultados financieros, o sus dotes comerciales.
Por otro lado, Martin Seligman nos dice que la felicidad radica principalmente en dos aspectos fundamentales, el compromiso y el propósito, entendiendo el compromiso como la voluntad de ayudar, de querer sumar, de querer crecer, al mismo tiempo que encontrando un propósito a nuestra vida, un fin, un sentido por el que vivir y no sólo vivir, sino una razón tan poderosa que siempre queramos mostrar la mejor versión de nosotros/as mismos/as. ¿Qué más podemos hacer para ayudar a encontrar la felicidad en un grupo, en un equipo? Ayudándoles a encontrar sus puntos fuertes, su talento, aquello en lo que realmente son buenos.
¿Cómo logramos eso? Sencillo, tratándoles como personas. Esto implica ser agradecido, darles las gracias, liderándoles desde el respeto y la escucha, porque recuerda que para ser respetado, hay que respetar, para ser escuchado, hay que escuchar. Es una cuestión de humanidad para, de esa manera, encontrar la felicidad. Y tú te estarás preguntando, ¿por qué insistes con la felicidad? Porque un equipo feliz es un equipo, como bien dice Fernando Botella, conectado, y un equipo conectado es un equipo que suma.
Porque más allá del talento, de la calidad individual de tus jugadores o trabajadores, debes encontrar un motivo, una razón, que trascienda y supere a todo lo demás. Una razón que inspire confianza, alegría, eso mismo, alegría. Porque la alegría contagia al resto del grupo, si tú logras que además de que se trabaje muy bien (lo digo por si alguien cree que dudo de ello o me olvido), a un ritmo de excelencia, eres capaz de transmitir la alegría que tú tienes a ellos, les estás dando un motivo para sonreír, para contagiarse de energía positiva, y esa energía positiva colectiva es fundamental para sacar el máximo rendimiento primero a cada entrenamiento, y posteriormente ser capaces de superar cualquier adversidad en cada partido.
Se trata de instaurar un estado de ánimo que permita afrontar los desafíos que estén por llegar, estando no sólo preparados/as para lo que tienen que hacer, sino que además disfruten con la tarea que se les encomiende en cada momento, teniendo una mayor predisposición a encontrar soluciones al problema, manejar mejores opciones, para actuar de una manera distinta ante otro desafío similar. Seas entrenador, directivo ejecutivo, no puedes olvidar que somos generadores de estados de ánimo, y ese dato probablemente es el más importante de todos. Que tengáis una muy buena semana, un fuerte abrazo.
»El líder es provocador de conflictos porque sabe que son necesarios para crecer. Y porque sabe que así conseguirá en el equipo:
Posibilitar la inteligencia colectiva
Generar trabajo cooperativo
Cuestionar y actualizar el talento
Mejorar la toma de decisiones
Desarrollar el proceso creativo
Provocar pensamiento crítico
Facilitar el aprendizaje»
(Fernando Botella)
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