Generar responsabilidades

Ultimamente me viene a la cabeza una reflexión, que es la que pongo en común hoy con la persona que está al otro lado de la pantalla, leyendo estas líneas, consistente en la nula apariencia del sentimiento de responsabilidad, pero no en términos laborales, familiares, quisiera ir un poco más allá. Hablo de la responsabilidad de vivir de manera digna.

Es esta última palabra, digna, la que me lleva al pensamiento de Marcelo Bielsa, quien decía que «lo importante no es el resultado final sino más bien la dignidad con la que recorremos el camino, observando al mismo tiempo la persona en quien nos vamos transformando.» Salvaguardar los valores, el código ético, en conclusión todo aquello que cada uno consideramos innegociables y que nos ayuda a vivir nuestra vida de una manera u otra.

Y dentro precisamente de ese código ético aparece para mí un elemento imprescindible que es la responsabilidad, mi deber moral como persona en la manera en la que vivo mi día a día asumiendo primero que mis actos tienen consecuencias, y que esos actos deben sumar, nunca restar. Esto me lleva a la responsabilidad de vivir con educación, respeto, y teniendo claro que el ejemplo, el liderazgo que llegue a ejercer puede sumar o restar en un futuro. A mi me gustaría que sumase, que dejase un valor añadido en todas las personas con quienes convivo, con quienes trabajo, porque soy de esas personas que sienten que tenemos una enorme responsabilidad en cómo verán el mundo nuestras futuras generaciones.

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Unas generaciones futuras que desconocen, sin embargo, lo que significa la palabra responsabilidad, y es bueno recordarlo en los tiempos que corren. Según el diccionario de la RAE, aparecen los siguientes significados: -. Cualidad de responsable. -. Deuda, obligación de reparar y satisfacer, por sí o por otra persona, a consecuencia de un delito, de una culpa o de otra causa legal. -. Cargo u obligación moral que resulta para alguien del posible yerro en cosa o asunto determinado. -. Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. Esto, queridas generaciones futuras, significa responsabilidad.

Estamos cometiendo el error, en mi humilde opinión, de favorecer el pensamiento desde demasiado pronto de que sólo existen los derechos, se propicia la negación de escucha del pequeño hacia el adulto escudándose en el «No quiero», «No me apetece», y quizás en vez de lidiar con ello, de asumirlo como algo normal dentro del proceso de maduración de un niño o una niña, tomamos la vía rápida de hacer esta o aquella tarea evitando que la hiciesen ellos, ya sea esa tarea recoger la mesa, preparar la mochila para el entrenamiento, realizar los deberes, mirar la agenda para saber lo que tiene mañana, ayudar a limpiar la casa; y muchas más situaciones que a más de uno le estarán resultando familiares.

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La consecuencia de no afrontar esta situación enseñando cuáles son las responsabilidades que uno tiene, y que debe asumir porque es esencial que sepa, reconozca, que tiene responsabilidades como la persona que es; es absolutamente terrible porque nos hemos situado en un marco donde parece que sólo hay derechos, donde nadie asume su parte de responsabilidad en las decisiones que se toman, en las conversaciones que se deberían entablar para solucionar conflictos en un contexto en el cual echar más leña al fuego sólo propicia que las chispas alcancen una superficie mayor.

Normalmente los problemas vienen generados porque ninguna de las dos partes asume su parte de responsabilidad en el deber de encontrar una solución, que a su vez lleve a encontrar un contexto más favorecedor para ambas partes. El ego, la poca o nula humildad, la incapacidad para escuchar a la otra persona, el ansia de poder, la mentira utilizada como excusa ante la incapacidad para encontrar soluciones, la permanente acción de mandar la pelota de un tejado a otro como si de un patio de colegio de guardería se tratase, me lleva a pensar que lo estamos haciendo muy mal en la educación, y además, más grave aún si me lo permiten, somos totales desconocedores de la gran responsabilidad que tenemos en el país que verán nuestros hijos e hijas dentro de unos años.

Hoy por la mañana leía unas líneas muy acertadas: «Si haces planes para un año, siembre arroz. Si los haces por dos lustros, planta árboles. Si los haces para toda la vida, educa a una persona.» Cada vez miramos menos a largo plazo en lo que a comportamientos se refiere, al deber moral que uno tiene con la sociedad en la que vive, porque lo tenemos. La sociedad no está mal, penosamente mal porque sí. Esta así porque hemos querido nosotros, como ciudadanos, llegar a este punto de conflicto permanente, de crisis latente que parece que va a desencadenar en el peor de los finales posibles. ¿Por qué? Porque seguimos evitando responsabilidades, y echando la culpa a cualquier aspecto, cosa, o elemento, en vez de ser auto-críticos.

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Y creedme, el motor del cambio somos nosotros, nada ni nadie va a venir a solucionar la situación tan caótica, tan penosa, que actualmente atraviesa nuestro país, a todos los niveles. Cada uno, desde el político incapaz hasta el ciudadano sinvergüenza de a pie, debe pararse por un instante, y realizarse esta pregunta, la misma que planteaba Simon Sinek en una de sus conferencias: ¿Estoy haciendo todo lo posible, todo lo que está en mi mano, para conseguir construir un mundo mejor? Porque recuerden, todo empieza y termina en la persona. Acompañando a esta reflexión quisiera terminar con este pensamiento de Daisetx T. Suzuki:

«El hombre es un ser pensante, pero sus grandes obras las realiza cuando no calcula ni piensa. Debemos reconquistar el candor infantil a través de largos años de ejercitación en el arte de olvidarnos de nosotros mismos. Logrado esto, el hombre piensa sin pensar. Piensa como la lluvia que cae del cielo; piensa como las olas que se desplazan en el mar; piensa como las estrellas que iluminan el cielo nocturno, como la verde fronda que brota bajo el tibio viento primaveral. De hecho, él mismo es la lluvia, el mar, las estrellas, la fronda. Una vez que el hombre haya alcanzado ese estado de evolución espiritual, será maestro Zen de la vida. No necesita, como el pintor, de lienzo, pinceles ni colores. No necesita, como el arquero, de arco, flecha ni blanco, ni de otros recursos. Se sirve de sus miembros, de su cuerpo, cabeza y órganos. Su vida en el Zen se expresa por medio de todos esos instrumentos importantes como manifestaciones suyas. Sus manos y pies son los pinceles. Y todo el universo es el lienzo sobre el cual pintará su vida durante setenta, ochenta y hasta noventa años. El cuadro así pintado se llama <<historia>>.»

Que tengan una muy buena semana, un fuerte abrazo.


Y te deseo Sunny Days, cuantos más, mejor 😉

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